Lecturas y Publicaciones

21 Poemas de Amor

Adrianne Rich

Poema III

 

Puesto que no somos jóvenes, las semanas tienen que contar

por los años que perdimos.

Así y todo, solamente esta peculiar distorsión del tiempo

me dice que no somos jóvenes.

¿Acaso a los veinte alguna vez caminé por la calle a la mañana

con los miembros flameando de la más pura alegría?

¿O me incliné desde una ventana sobre la ciudad

a escuchar el futuro

con los nervios afinados, como escucho tu llamada ?

Y vos, vos te acercás a mí con la misma cadencia.

Tus ojos son inmortales,

la chispa verde del lirio a principios del verano,

el berro verdeazul que lavó la primavera.

A los veinte, sí: pensábamos que íbamos a vivir para siempre.

A los cuarenta y cinco, quiero conocer incluso nuestros límites.

Te toco sabiendo que no nacimos ayer,

y de algún modo, cada una va ayudar a la otra a vivir,

y en algún lugar, cada una va a ayudar a la otra a morir

 

 

 

Los dos fuegos patriarcales

Por Diana Coblier

 

La sentencia bíblica patriarcal “parirás con dolor” fue reemplazada por la ciencia también patriarcal que abordó la tarea de medicalizar a la mujer, logrando constituir los diferentes momentos de su vida en hechos que deben ser asesorados/asistidos/intervenidos por el poder médico, adueñado de nuestros cuerpos.

Las biografías femeninas dejaron de ser propias para someterse al control y la supervisión de la medicalización.

 

Así, el proceso biológico femenino, cada vez se disocia más del proceso de ser mujer. La disociación queda oculta detrás de discursos aparentemente integradores que expresan sabiduría sobre lo que exactamente necesitamos, pero que analizados revelan el mandato de constituirse mujer de acuerdo al guión patriarcal, en este caso escrito desde la medicina.

Los momentos de la mujer relacionados con la sexualidad, la genitalidad y la reproducción que antes se inscribían en la intimidad del diálogo y el acompañamiento de la madre o amigas, son ahora motivo de confidencias en los consultorios médicos y engrosan las Historias Clínicas inscriptas en las notebooks.

 

“Cuando la niña tiene su menarca se la deposita en un consultorio médico donde se la instruye en una medicalizada iniciación ritualística a la vida sexual.

 

Este ritual iniciático es determinante. La vida de la mujer, su sexualidad y biografía son medicalizadas a partir de ahora y para siempre. La menarca, menstruaciones, embarazos, partos. Situaciones que antes fueron familiares se medicalizan. Las monjas o comadronas que ayudaban en los partos son reemplazadas por médicas y médicos que se apropian del hecho. Son los verdaderos protagonistas del parto, decidiendo el día y la hora en que se va a producir.”(*)

Pero “cuando el varón tiene su primera polución nocturna o una eyaculación, o las primeras erecciones, el grupo familiar o amistoso lo sostiene y acompaña hacia una iniciación ritualística a la vida sexual. Diferentes iniciaciones según la clase social, económica, cultural. Pero la iniciación ritualística está presente con acompañamiento familiar y/o social. Podemos o no acordar con los diferentes rituales. Pero existen. Y son un intento de acompañamiento y contención emocional.” (**)

 

El sometimiento de la mujer a la ciencia patriarcal, se produce toda vez que se convence de los beneficios que le otorga. Y es fácil convencerse de los beneficios, cuando se le promete un mundo mejor, acorde al Siglo XXI y respaldado tecnológicamente, sin dolores menstruales ni de parto, sin arrugas, cuerpos semejantes a la imagen previamente vendida, y otras magias que sólo es necesario desear para hacerlas realidad. El secreto reside en tomar la decisión y confiarla a su médicx para que se produzca la magia.

En las últimas décadas se configura un modelo de mujer (la mujer modelo) al que se puede acceder solamente de manera medicalizada: cirugías estéticas en edades cada vez más tempranas, drogas antienvejecimiento, hormonas encubridoras de signos climatéricos, alumbramientos con horarios pactados y procedimientos inductores, geles lubricantes, embarazos asintomáticos, puerperios felices, partos anestesiados, entre otras maravillas prometidas.

En la Argentina post post moderna y durante la fiesta menemista se proclama paralelamente al fin de las ideologías, un estilo de vida light patrocinado por lxs ric@s y famosxs que marcan un perfil farandulero a los temas sociales, económicos, sanitarios y educativos, entre otros. Imposible que estas concepciones no alcanzaran también al ideal de la mujer (y del hombre) y que los unos y las otras corrieran incansablemente tras ese ideal.

 

De estas argentas vicisitudes permanecen algunos mandamientos instalados en la sociedad de manera casi definitiva, por cuanto su deconstrucción se hace penosamente difícil. Una vez devenidos dogmas y desarrollados por la ciencia patriarcal, queda escrito y exigido con peso de verdad absoluta y en consecuencia indestructible que los partos sean indoloros, las cirugías estéticas una tontera y de la menopausia ni hablemos, porque de tanto negarla, son las propias mujeres quienes se convencen que solamente existe en sus cabezas.

A partir de la fiesta mencionada, se valora la distensión, mientras el sufrimiento es “políticamente incorrecto”, mal visto y rechazado por propios y ajenos. (si te ven mal te maltratan, no9s recuerda semanalmente la diva)

 

Asimismo, devino cotidiano e incorporado a los usos y costumbres, echar mano a la cercanía de la ciencia patriarcal cuya utilización en la escala de valores se va transformando cada vez más en un deber.

La falta de libertad que históricamente tenemos las mujeres para la toma de decisiones, se combina con la aparente libertad que graciosamente nos ofrece el patriarcado de utilizar su ciencia si así lo deseamos y si lo podemos pagar según las leyes de la oferta y la demanda.

Millonarios negocios se fortalecen a través de la medicalización de la mujer, y también se fortalece la ciencia patriarcal, produciendo renovadas necesidades, sujetas a su ideología.

 

Bibliografía .

(*) y (**) Lo legal y lo legítimo. Por Eva Giberti, Diana Coblier, Joaquin Pichon Riviere y otros.Del capítulo “La ciencia patriarcal”, por Diana Coblier, Ediciones Sapiens 2005.

Reproducción y Medicalización. Por Patricia Digilio y Sandra Fodor. Primeras Jornadas Nacionales de Bioética y Derecho. 2000

Bioética y fertilización asistida. Por Eva Giberti. Columna en El Sigma. elsigma.com,

La práctica del aborto: ¿resistencia a las definiciones hegemónicas de la mujer?, por Martha Rosenberg. www.bvsp.org.bo .

Mitos Científicos. Diana Coblier. Artículo publicado en la revista Topia. Noviembre 2005.

 

Maternidad y Femineidad en el Legado

Por Marie Langer

 

“Caí en idealizar la maternidad”

En una conferencia inédita hasta hoy, la psicoanalista Marie Langer rectificó formulaciones de su famoso libro “Maternidad y sexo”, y volvió a reflexionar sobre la condición femenina.

 

Cuando escribí Maternidad y sexo, en 1951, sucumbí a la idealización de la maternidad. Es verdad que aclaro allí, muy formalmente, que se puede ser mujer sin tener hijos, pero fue sólo un gesto de cortesía para con las mujeres que no los tienen. Aprendí de Juliet Mitchell que, en ese entonces, no estaba sola; éramos muchas las que ideologizábamos tanto la maternidad como la lactancia. Y, después, Elizabeth Badinter se refirió a eso con mucha lucidez. Era la época en que todo parecía remitirse al vínculo madre-hijo, lo que, generalmente, desembocaba en terapia familiar, donde todos –o nadie– tienen la culpa. Pero, en ese momento, se culpaba a las madres. Juliet Mitchell se pregunta por qué tantas madres son culpables de tantas cosas y da una respuesta tal vez un poco mecanicista y economicista, pero convincente. Había terminado la guerra; volvieron los hombres del frente, las mujeres no mostraban mucha disposición a perder sus logros y volver al hogar: entonces se les impuso el abandono de sus puestos de trabajo diciendo: “Si no vuelve al hogar, señora, si no se dedica tres o cuatro años a cada niño, su hijo puede volverse delincuente, drogadicto, esquizofrénico”. Y se exageraba mucho insistiéndoles a las madres para que resignaran sus propias ambiciones, sus posibilidades, sus capacidades, para entregárselas al niño, al futuro del niño, a la crianza del niño. Entonces: ¿se trata de teorías o se trata de ideologías? ¿Es todo cuestión de modas? ¿Son sólo causas económicas las que están en juego?

Es bien sabido por ejemplo que, antes de la Segunda Guerra Mundial, tanto Hitler como Mussolini pusieron el énfasis en la mujer en cuanto madre, ama de casa. Las tres “K” de Hitler: Kinder, Kuche, Kirche (niño, cocina, iglesia).

Pero después, a medida que la guerra progresó y faltaron los hombres, las mujeres dejamos de lado a los niños y los enviamos a las guarderías, cosa que hasta entonces había sido considerada una conducta desnaturalizada. Y las mujeres se incorporaron al trabajo extra-hogareño y fueron al frente. A partir de allí encontramos a las mujeres en cualquier actividad. Después, cuando vino la época de crisis, las mujeres “tuvieron” que regresar al hogar, a formar parte del ejército de reserva laboral del cual hablaba Marx.

Es muy difícil definir cuál es la disposición biológica a tener un hijo, porque lo biológico viene de un lado y, del otro, lo social y lo cultural. Sí. Es seguro que las mujeres somos diferentes de los hombres; es absurdo jugar al unisex. Tenemos un aparato biológico capaz de procrear hijos y tenemos una situación social que influye en nuestros deseos, en nuestras posibilidades y en nuestras ideologías. También tenemos un cerebro que no difiere del hombre, aunque sea un poquito más liviano. Tenemos un cerebro más liviano, pero no somos más livianas que los hombres. Conozco hombres que son mucho más livianos que algunas mujeres. Y, aunque sea muy difícil de discernir, lo importante en mi profesión de analista es enfocar estrictamente cada caso y ver si la renuncia al hijo para la autorrealización es necesaria. No necesaria: si es útil o si es inútil.

Y aquí quisiera tomar en cuenta no solamente lo consciente sino también los factores inconscientes. Sabemos que tenemos un deseo consciente y que tenemos, también, un deseo inconsciente. Pongamos el caso de la decisión consciente de tener un hijo y no poder quedar embarazada, aunque la anatomía lo permita. Pongamos el caso de asumir la alternativa de no tener un hijo porque estudio tal carrera, porque arruinaría mi desempeño laboral. Detrás de esta decisión, aparentemente tan lineal, tan fácil, hay una larga problemática que no queda resuelta. Desde que somos conflictivos como seres humanos, desde que somos ambivalentes como seres humanos, no hay decisiones limpias, cortantes, sino que siempre, tras una decisión, queda algo de la otra. Y después está ese otro problema tan conocido: el “drama de la mujer que trabaja”. No me refiero a las mujeres que trabajan por necesidad económica, no me refiero a las obreras que juegan su propia supervivencia en el trabajo o a aquellas que indefectiblemente tienen que aportar algo a la casa. Hablo de las mujeres de clase media que trabajan porque les gratifica su trabajo, porque no quieren delegar en el esposo o en sus hijos su propio mantenimiento. Aludo a las mujeres que, si les viene bien ganar dinero, su vida no depende de eso. Bueno, esas mujeres están constantemente en conflicto con las exigencias del esposo, las exigencias de los niños y las exigencias del trabajo. Se sienten sobrecargadas, y lo están. Tienen la permanente sensación de no cumplir nada bien y de estar siempre en falta y tironeadas.

Y me refiero también al inconsciente. Supongamos que tenga un marido muy comprensivo, de todas formas ella sentirá que no hace las cosas tan bien para él como las hizo su madre con su padre, y su suegra con su marido. Después vendrán los niños, muy bien, pero, al fin, los niños algún problema tendrán. Entonces cree –le hicieron creer, y el psicoanálisis de posguerra con Winnicott, Spitz, Dolto, Raskovsky ayudó mucho a eso– que si el niño tiene algún problema, la culpa es suya porque trabaja y no se dedica al famoso vínculo madre-hijo toda la vida. Y en el trabajo, ¿quién no fracasa a veces en el trabajo?, ¿quién no va a veces con desgano? Pero para las mujeres, la mala conciencia nos hace sostener la convicción de que eso nos pasa porque hacemos demasiadas cosas; porque hacemos más cosas de las que deberíamos. Y ahí aparece un conflicto con el ideal del yo, con el modelo ideal de madre y de mujer, como una supone que debería ser. Y, también, con el superyó de la mujer. El superyó que, como dice Freud, viene siempre de las generaciones pasadas: las sagradas obligaciones.

En cambio, los hombres de hoy, si bien están en crisis porque tienen que adaptarse a convivir con mujeres más independientes, no tienen tantas exigencias. Sus modelos ideales, los estereotipos masculinos no cambiaron tanto, aunque a veces puedan sentirse mal si la mujer gana más que ellos o si no pueden mantener el hogar como querrían. Sí, pienso que las mujeres estamos más confundidas que los hombres en cuanto a qué es lo que deberíamos hacer o lo que no deberíamos hacer. Por ejemplo: ¿qué les pasa a las mujeres que, habiéndose realizado en la maternidad o no, les ganan a los hombres? Analíticamente, clásicamente (lamentablemente, muchos analistas lo dicen), las mujeres que pretenden trabajar, estudiar, ganar dinero, son acusadas de envidiar los privilegios que tienen los hombres, cuando no de querer castrarlos: la famosa envidia fálica. Eso no es cierto. ¿Queremos realmente castrar al hombre, o admiramos y reclamamos para nosotras el lugar de privilegio que los hombres ocupan en nuestra sociedad patriarcal? Melanie Klein dice que la envidia fálica es secundaria y Lacan dice que estamos castrados, tanto hombres como mujeres, así que viene a ser casi lo mismo. Yo no lo sé. Sin embargo, algo de eso hay en nuestro inconsciente y –no tengo dudas– los analistas deberíamos interpretarlo, pero no reforzarlo superyoicamente.

Freud dice que cuando uno se enamora, reviste narcisísticamente con todas sus cualidades al objeto de su amor. Eso pasa tanto con el hombre como con la mujer, pero yo diría que a las mujeres nos pasa un poco más. Las mujeres tenemos la necesidad de transformar a nuestros hombres en seres importantes; tenemos la necesidad de idealizarlos; de creernos y hacerles creer que son geniales. Las mujeres delegamos mucho más en ellos de lo que ellos delegan en nosotras. Los cuidamos y, dado que somos madres y hemos criado hijos varones, nos damos primero a la tarea de armarlos como figuras omnipotentes, para después protegerlos y evitar que se derrumben. Y esto es así hasta que nos cansamos y nos divorciamos. Entonces, “los hacemos pedacitos”. ¿Por qué es tan fácil “hacerlos pedacitos”? No es por culpa de ellos. Se debe a que los hemos idealizado tanto, a que los hemos amado y armado tanto, que es difícil, después, no ceder a nuestra ira guiadas por el resentimiento; es difícil, después, rebelarnos a nuestro propio superyó. Porque, aunque seamos feministas, aunque declamemos nuestra convicción de que la mujer vale tanto como el hombre, en el inconsciente no la tenemos tanto.

* Fragmento de una conferencia pronunciada en Madrid, en 1984, por invitación de Hernán Kesselman. Texto establecido por Juan Carlos Volnovich.

 

Prólogo al libro FUEGO, de Doris Hajer

Por Diana Coblier

Libro publicado en Montevideo, Uruguay, en el año 2015.

 

Mucho me alegró que mi amiga Doris Hajer me eligiera para prologar su libro, y sabía que me iba sumergir en una tarea difícil. Era indudable que encontraría un trabajo lleno de ternura a la vez que de incontenible dureza para analizar todo.

Y cuando pienso/escribo todo, es todo.

Porque el libro, y cada tema que aborda, es una permanente contextualización., porque Doris no puede pensar y menos pensarse, omitiendo profundizar en su historia, las geografías y los contextos.

Cada párrafo de FUEGO, habla de la autora, de Uruguay, sus ancestros alemanes, el nacimiento del Psicoanálisis, el nazismo, la historia del feminismo, las historias de todas las mujeres, los escritos de todas las escritoras.

Ni siquiera puede pensarse sin acudir a la mitología griega.

Desde las primeras líneas Doris Hajer introduce al lector/a (sin piedad) en un libro exento de concesiones.

A partir del inicio nos conmociona y seduce, porque advertimos que junto a la autora, vamos a atravesar caminos para nada rectilíneos, y que la acompañaremos a repasar todos los duelos necesarios para, paradójicamente, mitigar los padecimientos y seguir viviendo, cada vez con nuevas ropas, o con nuevas alas.

 

En un “Irse y Andar” (libro al que hace referencia) Doris Hajer provoca en cada duelo un nacimiento, un proceso infinito de retornos al pasado y de sinuosidades al futuro. Puro pensamiento, puro ir y venir enclavado al sentir y hacer.

 

Se dice que lxs autorxs hablan de si mismxs a través de sus personajes, pero Doris Hajer lo hace en forma directa, sin pedir permiso ni utilizar licencias, enjuiciándose a si y a todo cuanto la rodea. Descarnadamente enjuicia al Psicoanálisis, que sin embargo fue (¿es?) su alimento, pero sabiendo que solo si interviene para modificar los nutrientes, puede seguir siendo alimento. Enjuicia y modifica, genera teoría, cuestiona, suma, construye, y logra ser siempre la hacedora de su alimento.

 

Algunas frases de FUEGO, nos avisan que el libro nos va a alterar los cimientos

•  “Las brujas pasaban a llamarse histéricas”

•  “borramiento de ciertos términos, que dejaron de utilizarse, más que por convicción casi por vergüenza”

•  “la caída del muro nos cuestionaba todo determinismo”

•  “Sigmund Freud transformado para los vieneses en un gran negocio turístico”

•  “¿Por dónde me está llevando mi feminismo?”

•  “la sensación de que podía acusárseme de no ser psicoanalista pura”

•  “El mal presupone un lavado de cerebro general de la población para que no se vea como mal”

•  “¿o la atención flota en muchas circunstancias por donde nuestra ideología consciente o aquella por “la que somos hablados” nos la dirige?”

•  “cómo se repara tanto error, tanto daño, tanto diagnóstico errado y consecuentemente, cuanto tratamiento mal llevado a partir de los acatamientos a la ideología dominante de una época”

•  “Ríos de tinta se escribieron sobre aquel genocidio. Nadie pensó que podría haber otros. Todos creímos que nunca más”

•  “Las perversiones, han devenido parafilias”

•  “Decir que la canción que enamoró a una generación entera de hombres, mi padre entre otros… podía ser una canción lesbiana, o al menos feminista y ambigua”

 

Vemos a una Doris Hajer transformándose permanentemente (la sabiduría popular dice que sin cambio no hay mariposa), y somos participantes de la sutil manera en que la autora deviene Esterina, que no es Teresa, Adrienne, Romina Tejerina, Yocasta, Virginia Woolf, la neurotika, Marlene, Liliana Felipe, Laura Brown, Antonia la de las memorias, Hannah Arendt y otras.

Leyendo FUEGO no tenemos dudas que todas estas mujeres la habitan, que la constituyen, que la conforman, que son parte de sus múltiples transformaciones para devenir varias veces mariposa.

El análisis permanente del feminismo, el judaísmo, el psicoanálisis, la sexualidad, el lesbianismo, la Universidad, Alemania, Uruguay, los orígenes y lo por venir, van y vienen alejándose y encadenándose entre si para construir pensamientos nuevos que agitan y reposan en forma alternada hasta amalgamarse. Este análisis lo realiza desde una mirada académica pero también con la vivencia de quien goza y sufre con cada una de estas instancias de vida.

Qué hacer cuando la autora pone en duda hasta el mismo concepto de identidad?. Porque estamos acosturmbradxs a textos que nos dejen desnudxs frente a la hoja, pero la identidad persiste bajo la desnudez.

 

No es lo que ocurre con este FUEGO.

 

A la autora no le alcanza con nuestra desnudez ni con la propia. Porque va más allá, nos abre las entrañas, nos estremece los huesos y finalmente consigue desbaratarnos lo que creíamos imposible, nuestra esencia, la identidad.

En ningún aspecto es pasiva, no descansa un minuto. Al contrario, nos cuenta en sus 20 capítulos como debió deconstruir cada párrafo de su vida para poder crearla.

Y con los párrafos de FUEGO ocurre igual. Cada párrafo es un concepto. No es un libro para distraerse un segundo, porque con el atrevimiento y la insolencia con que Doris Hajer cuestiona cada concepto, si nos distraemos, seguramente perderíamos una ruptura y una creación.

 

 

El Malestar de las Mujeres

Por Eva Giberti

 

Los sufrimientos derivadas de las tradiciones que naturalizaron las violencias de diversa índole contra las mujeres se estudiaron formando parte del campo de la que se considera salud mental; así desembocamos en la creación de un concepto que intenta describir un estado de ánimo de las mujeres y que se denominó malestar. El concepto que se dio a luz en el Seminario que en 1988 organizaron las feministas italianas. Originalmente se trató de una descripción política ya que se refirieron a la pérdida de conciencia de vivir en condiciones perturbadoras (subordinación y sometimiento al varón, explotación, humillación provenientes de prácticas patriarcales) capaces de producir enfermedad, o alteración o desajuste en el campo de la salud, atribuidas a disfunciones biológicas. Pero esta lectura original, al ser aplicada, sufrió un deslizamiento ideológico: desde algunas concepciones psicológicas se formalizó como una vivencia de las mujeres que traduciría frustración, decepción, desesperanza, miedo, encogimiento personal, sometimiento, insatisfacción (en múltiples áreas: intelectuales, sociales, sexuales, económicas) la cual no lograría exponerse ni evidenciarse, debido a la naturalización de las diversas violencias contra el género mujer. Lo que las llevaría a no darse cuenta de lo que les sucede o bien, comprendiendo las razones de su permanente malestar, sentirse obligadas a “aguantar”. Descripción correcta pero parcial.

Lo que falta decir, cuando se habla de este malestar asociado a la salud mental es que dicho estado de ánimo es el efecto de las permanentes violaciones de los derechos humanos de las mujeres. Mejorarse o desactivar dicha vivencia como hecho personal, si bien depende de la pertenencia a grupos de reflexión o a instituciones capaces de reivindicar los derechos de las mujeres, deja pendiente la reformulación de la idea de salud como hecho político -social. Si se habla de malestar, sin apelar a la instancia sociopolítica, se elude la potencia de la idea de salud como un referente clave , se lo coloniza mediante la impregnación psicológica de un término que fue producto de una evaluación política de la situación mundial de las mujeres.

Entonces, haber acuñado la expresión malestar de las mujeres, cuando el estado de ánimo de las mismas estuvo y está originado, determinado y construido a partir de ser testigos de la propia victimización es, por lo menos, una parcialización. En realidad conduce a evitar denuncias o a atemperar los posibles enfrentamientos con quienes tienen responsabilidad directa con esas violaciones de los derechos humanos.

El género mujer no constituye específica y mundialmente, una coalición de víctimas. Pero contamos con un universo de congéneres que son infectadas por el VIH gracias a la petulancia masculina, que son permanentemente violadas por familiares y por desconocidos, que son acosadas sexualmente en sus trabajos, en los cuales, además, a igual ocupación reciben sueldos inferiores respecto de sus compañeros varones. Entre otras violencias.

 

El malestar

Dadas estas realidades, deslizar la idea de malestar sin un compromiso sociopolitico por parte de quien la aplica, trivializa su uso. Malestar es una palabra que traduce la presencia de una cotidianidad en estado de irritación, tristeza y de tensiones pulsantes, a menudo sofocadas ante las diversas manifestaciones de las violencias, para que no irrumpan en los ordenamientos patriarcales.

 

Cuando la ira estalla debido al hartazgo ante situaciones intolerables, difícilmente encuentra la letra capaz de explicar el rechazo de los abusos. Entonces la ira aparece en forma sintomática, como “ataque de nervios”.

La ausencia de palabras nos posiciona como locas, pero esa misma ira saturada por la razón y traducida en palabras, por saber que “una tiene razón” es la que debería aparecer en lugar del síntoma.

La palabra malestar no alcanza para describir estados de ánimo que cobijan iras acumuladas ante injusticias evitables. Malestar es una palabra leve, tibia y constipada (en tanto ciñe , amontona y compacta cosas sueltas para que ocupen el menor espacio posible). Sin duda es correcta en tanto y cuanto expresa la transformación de esos estados desesperados, a veces furiosos, en un ronroneo insomne y malhumorado, carente de palabra capaz de defenderse y denunciar. No obstante, el vocablo malestar-cuando se utiliza privilegiando una lectura psicológica acerca de la salud mental de las mujeres – al no incluir su contexto sociopolítico acerca de los derechos humanos – queda vinculado con la banalización de las violencias padecidas.

La banalización es un mecanismo que, en lugar de conectar el propio lenguaje con las propias vivencias y los propios deseos, lo organiza para que diga lo que se supone que algún otro quiere escuchar. Se crea un discurso dirigido a esa persona (imaginario o real) que se sabe que dispone del poder político y del económico, alguien injusto y especulador a quien convendrá mantener neutralizado. Muchas mujeres componen esta clase de discursos apoyando proyectos ligados con la injusticia y la especulación, asociándose con el poder político y económico, ajenas a las solidaridades que los padecimientos de otras mujeres demandarían.

Desde otra perspectiva encontramos a las mujeres que no se indignan frente a las violencias padecidas porque aún mantienen su estatuto de esclavitud y sometimiento. En cuyo caso la palabra malestar reclama algo más que el tono difuso que el vocablo convoca; y nos remite a procesos inhibitorios o represivos, que se enlazan en las psicopatologías asociadas con las variables sociales. En estos cuadros, la palabra suele expresarse mediante la queja que apenas alivia y no modifica la cronicidad de la situación

La denominada salud mental, concepto gestado en los ámbitos patriarcales de la salud pública regulados por la Medicina tradicional, funciona como simulacro tendiente a disociar la idea de salud como totalidad que compromete el psiquismo, la vida del cuerpo y la integridad politicosocial de las personas. Si por razones metodológicas admitimos la disociación, es preciso categorizar los contenidos que provienen del campo de la salud y el bienestar de las mujeres. Entonces, cuidar nuestra salud mental reclama la utilización de criterios sociopolíticos psicológicamente fogoneados, para interpelar a quienes corresponda, y para diseñar las concepciones de esta dimensión de la salud según nuestras necesidades y aspiraciones.

 

 

Negociación y Género (mujeres que ceden para no negociar)

Por Clara Coria

 

I.- La negociación ha sido un tema de interés progresivo en los últimos años y ha generado no poca bibliografía destinada fundamentalmente a capacitación para ser aplicada en ámbitos económicos y políticos, como también en las prácticas del Derecho en forma de “mediaciones”. Sin embargo, poco se ha indagado acerca de los conflictos que genera en muchas personas -sobre todo mujeres- el hecho de negociar, independientemente de la capacitación y\o habilidades. Fascinada por lo que intuía silenciado en un tema de tanta actualidad, decidí llevar a cabo un proyecto de investigación con el objetivo de dilucidar algunos de los conflictos que generan las prácticas de negociación en muchas mujeres. Y aquí presento algunas reflexiones preliminares.

 

Observando la vida cotidiana podemos constatar que todas las personas llevan a cabo intercambios en distintos niveles y ámbitos que alcanzan lo privado y lo público, lo personal y lo social, lo afectivo y lo sexual, lo comercial y lo que no lo es. En estos intercambios circulan intereses que no siempre son coincidentes y la divergencia de intereses coloca a las personas ante la necesidad de resolver dichas diferencias. En estas circunstancias las alternativas más frecuentes utilizadas por las personas son ceder, negociar o imponer. La negociación resulta ser, de estas tres alternativas, la única que ofrece posibilidades de acuerdos y con ello la oportunidad de obtener resoluciones no violentas. Sin embargo, la negociación suele tener mala fama entre muchas mujeres y está cargada de mitos y tabúes que generan violencias internas. Muchas ceden espacios deseados -y hasta derechos legítimos- por eludirla. Hay quienes son capaces de negociar para otros pero no par sí. Asimismo, muchas no pueden implementarla como un intercambio lúdico sino como una guerra donde se juega la vida. E incluso existen personas de probada inteligencia y con experiencia en actividades públicas (comerciales, empresariales, gremiales, políticas, etc) que suelen encontrar dificultades para aplicar lo aprendido en sofisticados cursos de negociación lo cual me lleva a sospechar que los aprendizajes teóricos sobre negociación resultan insuficientes para muchas mujeres porque existen otro tipo de obstáculos. Estos obstáculos son intrapsíquicos y están directamente relacionados con la adhesión inconsciente a ciertos condicionamientos del género.

 

Antes que nada es necesario puntualizar que la palabra negociación deriva del latín “negotiari” que significa hacer negocios, comerciar, y que a su vez tiene su raíz en “negotium” que significa ocupación,

quehacer -que es lo opuesto a “otium” que significa reposo. En un sentido acotado la palabra negociación está asociada a tratativas para resolver cuestiones comerciales y económicas pero en su sentido más amplio abarca a todo tipo de tratativas asociadas a los quehaceres, que -como todas/os sabemos- son múltiples y no se reducen a la esfera económica. Vamos a tomar aquí la palabra negociación en su sentido más amplio para aplicarla a todas aquellas tratativas que llevan a cabo los seres humanos en sus múltiples interacciones no sólo en las comerciales y políticas.

 

II.- En todos los talleres realizados para investigar el tema me ha llamado la atención un fenómeno reiterado. Me refiero a que con frecuencia muchas mujeres viven la negociación como una situación violenta, y para evitarla, ceden sin darse cuenta que al ceder no logran con ello resolver las diferencias. Muchas llegan a la negociación cuando agotaron todas las instancias para evitarla. Como ellas suelen decir “cuando ya no dan más” o “el hilo está por cortarse”. No negocian al comienzo para fijar las condiciones sino al final y cuando el voltaje acumulado está a punto de generar explosiones irreparables. Ahora bien, si sabemos que muchas mujeres ceden para evitar negociar, debemos preguntarnos por qué ceden?

 

a) Ellas dicen que ceden para evitar violencias.

 

b) Que ceden para seguir siendo amadas y contentar a quienes aman.

 

c) E incluso algunas ceden porque no se les ocurre que podrían no hacerlo.

 

Ahora bien, cuando nos sumergimos en las complejidades del tema encontramos que detrás de estos múltiples cederes existen profundos equívocos, no pocos fantasmas y una cantidad impensada de condicionamientos de género. Veamos algunos de ellos.

 

a) Cuando las mujeres dicen que ceden para evitar violencias lo primero que ocurre es que ejercen violencia sobre ellas mismas, al reprimir sus deseos, ocultar sus intereses y renunciar al derecho de reclamar y ocupar un espacio posible. A esto se suma que el ceder reiterado genera resentimientos que reavivan la violencia que pretendían evitar y, con frecuencia, ponen en movimiento una “guerra fría” que no es mucho menos destructiva que la guerra deliberada. El ceder no es menos opresor que el imponer y también responde a una estructura de vínculos autoritarios. En dicha estructura, el ceder y el imponer son dos caras de una misma moneda que perpetúan relaciones basadas en el principio de la dominación. Dicho principio es el que instaura dependencias, avala jerarquías y otorga privilegios. Es importante señalar que la posibilidad de cambiar no reside en que las mujeres dejen de ceder para aprender a imponer sino en que recuperen el derecho legítimo de instalarse como sujetos para participar de una relación paritaria donde los propios deseos e intereses sean considerados por ellas mismas tanto como lo son los de la otra parte. Como vemos, la creencia de que es mejor ceder que negociar para evitar violencias, es sólo una ilusión, que además, es errónea y psíquicamente poco económica.

 

b) Los comentarios siguientes son muy significativos: Algunos mujeres dicen: “Yo no puedo negociar porque quiero estar bien con todo el mundo y temo que si pongo condiciones dejen de quererme”. El temor que muchas mujeres tienen de dejar de ser queridas si contrarían las expectativas ajenas, pone sordina a sus posibles disidencias. La creencia de que el amor se gana acomodándose a los deseos y reclamos ajenos las inhibe para poner condiciones. Por temor a no llegar a ser amada o a dejar de serlo

 

muchas mujeres adoptan actitudes complacientes, convencidas que lo mejor que tienen para ofrecer no son ellas mismas sino los servicios que son capaces de bridar. Con frecuencia, la complacencia reiterada genera sobreadaptaciones que son vividas como naturales y obvias tanto para quien complace como para quien es complacido. Al respecto una mujer comentaba: “Es tal lo incorporado como obvio que a una se le confunde con el deseo y terminamos deseando aquello que los otros quieren que hagamos”.

 

Un punto clave para la comprensión de esta situación reside en que muchas de ellas tienden a concebir el amor como altruismo incondicional. Y esto se superpone con una confusión bastante frecuente en nuestra sociedad. Me refiero a la tendencia a identificar altruismo con solidaridad. El altruismo se caracteriza por reclamar incondicionalidad. La solidaridad, en cambio, exige reciprocidad. Como vemos, la incondicionalidad es incompatible con la reciprocidad sin embargo el altruismo y la solidaridad siguen siendo para muchas personas sinónimos intercambiables. Esta confusión no es ingenua y mucho menos inocua. La inercia de nuestros aprendizajes de los roles de género llevan por ejemplo a que muchas mujeres se sientan en falta y desorientadas cuando se las acusa de falta de solidaridad porque se niegan a ser altruistas. El altruismo y la solidaridad comparten en nuestra sociedad un mismo pedestal pero no la misma ética, porque el altruismo favorece privilegios que la solidaridad combate. Desde esta perspectiva podemos afirmar que la negociación resulta incompatible con el altruismo pero no con la solidaridad. Preparadas para ser altruistas como expresión de feminidad, muchas mujeres presentan serias dificultades para poner condiciones y, por lo tanto, también presentan dificultades para negociar. Tironeadas entre la imposición de ser altruistas, y el deseo de ser solidarias, creyendo además que altruismo y solidaridad son la misma cosa, muchas mujeres terminan exhaustas en un mar de confusiones y sin poder negociar. Afortunadamente, algunas mujeres son capaces de abordar negociaciones de manera bastante satisfactoria, y ello nos plantea un misterio: el de comprender cómo se las ingeniaron para escapar a la trama intrapsíquica tejida a base de altruismos e incondicionalidades. Evidentemente, estas mujeres no creyeron en todo lo que les enseñaron, o tuvieron la suerte de que les enseñaran otras cosas.

 

c) Decía anteriormente que muchas mujeres ceden antes que negociar porque no se les ocurre que podrían no hacerlo. Al respecto deseo hacer referencia a lo que llamé los “pseudo no negociables“. Con frecuencia el abordaje del tema negociación despierta posicionamientos. Están los que dicen que todo se negocia y el problema reside en encontrar “capitalistas”. Están quienes se irritan y sostienen desafiantemente que “Hay cosas de no se negocian”, haciendo referencia al amor, la solidaridad, la honestidad o dignidad humanas entre otros valores. E inmediatamente suelen quedar adheridos a estos valores éticos una cantidad de actitudes y comportamientos adjudicados a la feminidad como la dedicación al esposo e hijos, la asunción exclusiva por parte de las mujeres de las tareas domésticas, la distribución desigual del dinero en la pareja, la adjudicación de tiempos y espacios jerarquizados para el desarrollo personal del varón, etc. La sola idea de que se pretenda negociar las tareas tradicionalmente adjudicadas a las mujeres suele generar desconcierto seguido de conmoción, tanto en mujeres como en varones. Gran parte de estas tareas consideradas “femeninas por naturaleza” son nada más y nada menos que privilegios masculinos, sin embargo pasan a engrosar la lista de los “pseudo no negociables”. De esta manera quedan automáticamente instaladas en la misma categoría de los valores éticos y en consecuencia, fuera de todo cuestionamiento. Una mujer comentó que durante 10 años acompañó a su marido a un club donde él desarrollaba una actividad muy específica y exclusiva y ella quedaba excluida sin otra posibilidad que llevar un libro para leer. Nunca se le había ocurrido “negociar” con su marido los fines de semana y buscar alternativas que permitieran la satisfacción de ambos. Para esa mujer dejar de acompañar a su marido era considerado un “no negociable”, porque formaba parte de lo que ella consideraba que era la actitud “natural” de una buena esposa. Es frecuente observar que la “naturalización” de muchas complacencias femeninas se convierten en “no negociables” comportamientos que nada tienen que ver con valores éticos. En estas condiciones, lo natural se vuelve obvio y lo obvio invisible, quedando así fuera de la consciencia y por lo tanto, también fuera de la negociación.

 

III.- Sintetizaré muy brevemente las relaciones entre negociación y género diciendo que la negociación por su sola existencia, pone en evidencia que existen intereses personales, y que dichos intereses son divergentes porque responden a deseos particulares. Esto ya es un motivo de dificultad para muchas mujeres que viven la defensa de los intereses personales como una expresión de egoísmo y la legitimación de deseos propios como una transgresión explícita. El tener que defender intereses personales prende la mecha de un conflicto intrapsíquico porque pone automáticamente en cuestionamiento el altruismo incondicional que, en nuestra sociedad patriarcal, forma parte del ideal femenino sustentado en el ideal maternal de altruismo, incondicionalidad y abnegación.