Autor: Jorge O. Larroca Ghan
Príamo 1624 / Tel.60.60.29 / Montevideo-Uruguay
Un día monté a caballo
y en la selva me metí
y sentí que un gran silencio
crecía dentro de mí.
A. Yupanqui
UNO
El presente trabajo surge como resultado de las inquietudes que se me presentaron durante mi práctica como parte de un Equipo de Coordinación de un grupo que cursaba su Segundo Año de Formación en T.A.I.G.O. (Montevideo-Uruguay).
El tema se me recortó, en primer lugar, por la distinción que los integrantes del grupo observado por mí hacen con referencia al silencio como significante. En segundo lugar, porque el silencio que me impone el dispositivo institucional para el desempeño del rol que se me adjudicó, me posibilitó confirmar cuanta validez tenía y tiene aquella distinción, ya que, en un mismo proceso los diferentes significados no agotaban ese mismo significante que nombramos y escuchamos como silencio del observador y del grupo.
Un momento especial, y al cual prestaré la mayor atención en el trabajo, tiene que ver con aquel en que la Institución marca, para Segundo Año, la fecha para la entrega del segundo trabajo de ese año. Dicho trabajo debe ser realizado en pareja, lo que pone en juego en el grupo, un mecanismo muy significativo en la vida de cualquier persona: la elección de pareja.
La hipótesis que postulo refiere a que cuando la Institución da a conocer fecha para ese segundo trabajo, poco tiempo después de la entrega del primero (un trabajo de todo el grupo), opera a modo de tercero que oficia produciendo un corte que rompe la ilusión de unidad grupal que, de alguna manera, remite a aquella primigenia unidad madre-hijo, recortando a cada integrante en su ser único (distinto), dejándolo solo frente a la posibilidad de elegir – ser (no ser) elegido.
Se dramatiza en ese momento la vieja herida narcisista que da origen al sujeto psíquico.
DOS
En la Roma imperial, los sculkatores (soldados de infantería que se internaban en territorio enemigo en tarea de espionaje) tenían como tarea escuchar prestando atención a los ruidos y a las voces tratando de entender para luego reportar. Escuchar entonces no se limita a registrar y aprehender sonidos, supone vigilancia y atención centrada en aquello cuya significación se busca conocer. Si tenemos en cuenta que el instrumento de trabajo somos nosotros mismos, se podría afirmar que no hay tecnología mediadora. De tal modo, la escucha se nos representa como una capacidad de resonancia interna: un punto percibido del campo que resuena dentro de nuestro mundo interno. Ello acciona positiva o negativamente. Positivamente pues me remite a mi propia historia y negativamente pues me puede impedir el descentramiento necesario para analizar. Si yo traduzco cuando escucho lo que el otro dice, si tomo partido, pierdo mi actitud analítica. En tanto yo me identifico con lo que el otro dice o hace, debo producir un descentramiento interno y escuchar al otro desde otro lugar. Necesito descentrarme de mis propias necesidades y deseo, de lo contrario, mi propia condición deseante me impediría analizar la del otro.
De tal manera, la escucha es una actividad que no solamente se apoya en el oir lo dicho, sino también sobre la disposición del oyente para acoger lo dicho.
¿Qué escuchamos? Voces; voces que después discriminamos, y la voz siempre está unida a la significación, de lo contrario escuchamos ruidos.
Dos serían entonces los constituyentes básicos de la escucha: las voces y el silencio. Referirse a voces supone distinguirlas de su carácter físico que es el sonido. Emitir voces supone, en tanto fenómeno comunicativo, la sujeción de la persona a determinadas reglas. La voz establece una continuidad entre el que emite y el que escucha, pero solamente aparece en el vínculo, de lo contrario aparece el sonido. La voz es un componente del encuentro humano y escuchar es estar a disposición y hacer saber a quien ha hablado que su decir es significativo. Decir es exponer develando lo velado por intermedio de la palabra, callar es inmudecer, reservar y omitir, es ocultar. Pero callar no es guardar silencio, el silencio se define por referencia a la escucha como algo que se hace, una actividad destinada a dar cabida al habla del otro y de tal modo, que yo me voy haciendo con el otro a medida que lo voy escuchando.
El estar en silencio define una actitud, es uno quien se silencia, al punto que el silencio puede conferir identidad al sujeto: el que está silencioso, el que está callado, el que no habla, el que es callado. Silenciar es callar algo, dejar algo sin decir, guardar silencio sobre algo concreto. El que guarda silencio es alguien que calla algo que no quiere, no puede o no debe decir.
Pero silenciar también puede ser el resultado de un proceso impositivo tras el cual al sujeto no le es posible otra opción que la de estar callado. No tiene idéntica significación callar por no hablar que callar para dejar hablar.
De la singular significación del silencio sólo sabe el que calla, pero aquel ante el cual se silencia que no la conoce, se ve obligado para conocerla a barajar una pluralidad de significaciones, ya que cuando escuchamos no sólo escuchamos las voces, también escuchamos los silencios.
¿Qué queremos decir con nuestro silencio? ¿Cómo usamos de nuestro silencio? ¿Qué quiere decir con su silencio el que calla ante mí? –
«Este silencio empieza a ser distinto». – «Me preocupa más este silencio que el otro». – «Yo me siento más cómodo con los silencios este año que el año pasado». – «No nos vamos a conocer en el silencio». – «El silencio es distinto cuando no hay nada que decir». – «En silencio no sé cómo vamos a conformar el grupo». – «La experiencia del silencio culturalmente nos puede llegar a producir diferentes sensaciones». – «El silencio debe tener que ver con …»
El silencio que nombramos no se nos muestra, exige, a través del nombre, evocarlo, hacerlo presente. «Silencio es el nombre que damos a algo que no aparece, a la no aparición o desaparición… viniendo así a ser la metáfora de lo inefable o inexpresable». Se utiliza el término silencio para designar sin duda algo que carece de término propio, que es de suyo indecible y cuyo sentido se pretende vislumbrar pero jamás poseer.
Le Guern afirma en su trabajo que existe una diferencia esencial entre aquella metáfora en la que los dos sentidos o referencias conectados están a nuestro alcance (como por ejemplo cuando decimos «corazón de piedra») y la metáfora que utiliza el nombre de algo fácilmente distinguible (el silencio) para apuntar, más que designar a algo que desborda el lenguaje diciendo lo indecible.
Pero plantear el problema del silencio como signo equivale a considerarlo como algo dotado de sentido, por lo tanto, portador de esta estructura que relaciona significante y significado.
En la estructura sígnica, el significante se distingue del significado por la presencia empírica del primero y la ausencia del segundo. Por eso, el significante induce a pensar en una univocidad correlativa del significado que no existe. Los signos remiten a otros signos y éstos a otros en un proceso y movimiento indefinido donde triunfa la circularidad y autosuficiencia de los significantes, sin alcanzarse nunca un significado más allá de ellos. Sin embargo, en realidad es insostenible pretender que los significantes lingüísticos no remiten a nada fuera de ellos mismos. En una afirmación de estas características se basa J. Lacan para fundamentar que hay que doblar la barra que separa significante y significado. Siguiendo a este autor, podemos decir que cada vez que queremos explicar con palabras el significado que da sentido a un significante, lo que hacemos es crear un nuevo significante que, automáticamente, encierra un nuevo significado que puede ser expresado, a su vez, en nuevos términos, y así indefinidamente.
Eso mostraría el deseo metonímico según el cual el significado nunca se deja apresar totalmente. Quizás se podría afirmar que es el deseo, la pulsión, lo que está en el acto de lenguaje, si bien uno y otra son propiamente inpronunciables.
Cuando el deseo llega a formularse en la demanda o petición, cuando, al decir de Lacan, ha ingresado en los desfiladeros de la palabra, se ha convertido ya en sentimiento, en consciencia del deseo. Es entonces cuando el sujeto pulsional llega a expresar «te deseo». Pero todos sabemos de la generalizada represión del deseo, la censura y prohibición de que llegue a formularse. En los silencios que interrumpen y obstruyen el libre fluir de las asociaciones en el discurso individual y en el grupal está, como señal inconfundible la represión.
El deseo es lo reprimido, es algo que debe ser callado. Nuestro deseo es demasiado personal como para poder ser dicho, incluso para podérselo decir a aquel o aquella que es el objeto de nuestro deseo. Al «oscuro objeto de deseo» corresponde, en consecuencia, la oscuridad en la enunciación, corresponde el silencio.
TRES
Cuando un grupo acciona en un campo, el lenguaje que emplea genera una red. Esa red se conforma discursivamente: son los significantes que se le imponen a la estructura de tal manera que nos dejan decir unas cosas y callar otras, escuchar unas y no escuchar otras. Sobre este punto, R.Kaes ha intentado hacer avanzar el análisis proponiendo el concepto de «cadena asociativa grupal» que define como el «libre curso de los acontecimientos del decir y del no decir». Varios son los elementos que operan en la organización de la cadena significante que se teje entre los integrantes de un grupo. Discurso de varias voces que una teoría de la «polifonía del discurso» podría permitir abordar. La situación de grupo, dice Kaës, no sólo produce en el grupo una pluralidad de discursos, sino que se manifiesta en una «interdiscursividad».
El entrecruzamiento de los discursos individuales forma puntos nodales, no sólo como una cadena, sino también como una trama, una red, un tejido asociativo. «Esto significa que no se trata solamente de una cadena significante sino de un conjunto semiótico amplio y compuesto en el cual se entretejen palabras, miradas, lugares, mímicas, gestos……. conformando el grupo un espacio polisémico».
«Ese agujero ahí» – «Esto es desolador» – «¿Nos cerramos?» – «Todo el redondelito»
SILENCIO
– «Llegó la hora de la elección de la pareja» – «¡Qué pronto!»
SILENCIO
– «Me había olvidado que había un trabajo de a dos … viene ahora la etapa más dura: seleccionar y tener que vivir el ser seleccionado» – «El pecho bueno»
SILENCIO
– «El pecho malo» – «Otra etapa se nos impone»
SILENCIO
– «Creo que es separar» – «Es dos»
– «Pienso en tratar de hacerlo con alguien que tenga los mismos intereses que yo» – «Cada uno va a elegir al otro en función de empatía, de piel»
SILENCIO
Desde la Coordinación se señala que «elegirse implica lesionar(se)».
SILENCIO
– «Me gustaría que me eligieran» – «Si yo elijo y el otro no quiere…..» – «Justo ahora que estamos tan bien» – «Siempre pensé que iba a ser muy difícil este momento»
SILENCIO
– «¿Porqué no nos sentimos libres para elegir?» – «Tenía entendido que podían ser parejas de a tres» – «Cuando me enamoré no le pedí permiso a mi mamá»
– «Pecho bueno, pecho malo» – «Está la posibilidad de que otro deseara» – «Lo libidinoso»
SILENCIO
– «Nos quedamos pensando todos callados»
SILENCIO
– «Ahí está el obstáculo» – «En el lenguaje»
SILENCIO
¿Qué puede explicar el carácter depresivo que parece sugerir esta cadena asociativa producida por el grupo? La hipótesis que formulo alude al impacto emocional que produce en el grupo el conocimiento de que la Institución marcó la fecha para la entrega del trabajo en pareja. En primer lugar, la Institución a través de la palabra introduce la ley, una ley que establece la necesidad de diferenciarse y lo hace en un momento en que en el grupo predomina la ilusión grupal. La ilusión grupal tiende a la fusión dentro del campo grupal y cualquier diferencia que aparece es anulada. «Justo ahora que estamos tan bien», dice el grupo, poniendo de manifiesto la finalidad de la ilusión: evitar que el yo de los integrantes se ve amenazado.
Pero el tiempo de la ilusión debe ser abolido, para que aparezcan las diferencias. Permanecer en la ilusión de igualdad es quedarse en la ilusión de que dos es uno, ya que no hay lugar para dos, como ellos dicen.
Pero la palabra de la Institución no sólo quiebra la ilusión grupal, también pone en marcha el mecanismo necesario para la elección de pareja, para lo cual «lleg;_ hora».
Cuando el niño en la relación con su madre percibe que él no es todo para ella, pues la madre desea otras cosas, ingresa la función paterna y se introduce en la castración. El padre, como representante de la ley debe efectuar un corte en aquella unión, debe marcar límites, pues este vínculo está reglado. En la elección de pareja se pone en juego, a mi juicio, el mismo mecanismo que en la elección de objeto amoroso. Dicho mecanismo tiene que ver con una modalidad de identificación del tipo de la identificación por substitución (identificación secundaria). Se trata de una forma que tiene que ver con un objeto anteriormente perdido, que opera por desplazamiento y que está sexualmente catectizado. Es la identificación con el padre, con la función paterna la que genera este mecanismo y el deseo que lo motoriza es el de ser como el otro. Pero el corte que produce la puesta en marcha de dicha función impide la satisfacción.
«¿Por qué no nos sentimos libres para elegir?», se pregunta el grupo, y la respuesta hay que escucharla en ese silencio grupal y al cual el grupo nombra para apuntar, más que designar a algo que lo desborda: «Nos quedamos todos callados».
El grupo calla en su silencio su deseo, el deseo de que dos sea uno para evitar así renunciar. Cuesta en ese momento de proceso grupal, poder aceptar que renunciar hace posible crear una identidad, que renunciar no es sólo perder, es también crear algo nuevo.
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